Los altos y modernos edificios del centro financiero, los centros comerciales y barrios de clase alta contrastan con la imagen colonial que Salvador muestra a través de sus postales.
El centro histórico de Salvador está lleno de casas coloridas, bahianas, percusionistas e iglesias, 365 de ellas, para ser más precisos. Pero no hace falta un año para conocer este Patrimonio Mundial de la UNESCO. 24 horas son suficientes para sumergirse en la magia del Pelourinho, solo hace falta abrirse a ella. Hay mucha música, mucha historia y mucha gastronomía para conocer.
Se empieza haciendo check-in en el hotel Villa Bahia, una casona antigua de tres pisos que funciona como posada de lujo, cuyas habitaciones representan los hitos históricos de los exploradores portugueses, sus puntos de comercio en África y Asia y el intercambio de especias por rutas marítimas. Por su parte, las áreas comunes rinden tributo a los navegantes portugueses: Pedro Alvarez Cabral, quien descubrió Brasil en el 1500, Magallanes y Vasco da Gama y los avances que les permitieron unir dos mundos tan diferentes.
Que el calor no nos gane
Resistir la tentación de quedarse en el hotel, con temperatura controlada y a salvo del sol, es clave. La aventura espera en la calle, donde la música sale de los parlantes de cada tienda, restaurante y puesto callejero. Las bahianas saludan y ofrecen las cintas de Nosso Senhor de Bomfin que amarran con tres nudos -cada uno corresponde a un deseo y, cuando se rompe la cinta, estos se habrán cumplido.
La oferta de moquecas y caipirinhas es amplia, especialmente en el Largo Terreiro de Jesús pero es importante continuar hasta una de las esquinas más conocidas del Pelourinho: la Cantina da Lua. Inaugurada en 1945, este restaurante recibió a algunas de las personalidades más destacadas de la historia reciente de Brasil, incluyendo intelectuales, políticos y músicos, gracias al carisma y el espíritu de lucha del “Gobernador del Pelourinho”, Clarindo Silva, quien supo impulsar la recuperación cultural del barrio y además, prepara las mejores caipirinhas de la zona.
Este hombre es una verdadera celebridad en Salvador y una conversación con él basta para entender por qué es tan querido y tan respetado. Habla con mucha humildad de su proceso y sus amigos, de su lucha -que fue la del Pelourinho entero- y de su día a día, como el primero que llega y el último que se va de la cantina. Después se despide con la mano y desaparece detrás de la barra para atender a otros clientes.
El Pelourinho también entra por los oídos
Es entonces cuando la percusión Olodum style invade todo. A dos cuadras de distancia, en un teatro improvisado, tocan 25 músicos que no se parecen en nada al grupo Olodum -mundialmente reconocido gracias al vídeo They don’t care about us de Michael Jackson. Pero tocan con la misma pasión. “Son franceses, hace 14 días están acá tomando clases con nosotros”, grita Vinicius Silva, el profesor, mientras invita a los curiosos a la presentación oficial, que será alrededor de la Plaza de San Francisco en unas horas.
De vuelta en la calle, dos hombres de mediana edad lanzan patadas al aire con giros y algún grito, unos músicos tocan animadamente y la audiencia -europeos, en su mayoría- aplaude intentado seguir el ritmo. Es la capoeira en su estado más puro, en su lugar de origen y cuando uno de los músicos invita a tocar el pandeiro, es imposible resistirse. Es momento de sumergirse en la vibración de la música y dejar que se apodere de las manos.
Transcurre un lapso de tiempo indeterminado, los capoeiristas se cansaron, pero la acción sigue. Los franceses de Vinicius avanzan por una calle angosta, haciendo que las paredes retumben con la percusión. Todos se asoman: los comensales de los restaurantes, los turistas que compran recuerdos, los locales que huyen del calor en los ventanales y una decena de transeúntes que caminan con ellos. En una hora y media el ritmo ha penetrado en los músicos y el público, se filmaron numerosos vídeos y la noche ha caído.
Es hora de volver al hotel y una señora, amablemente, señala la ruta correcta, que en el medio tiene a dos músicos -guitarra y batería- listos para empezar a tocar…“É melhor ser alegre que ser triste. Alegria é a melhor coisa que existe. É assim como a luz no coração…”. La Samba da Benção marca el camino.
Llegar al hotel a cenar es la continuación de la experiencia, gracias a su restaurante que ofrece cocina contemporánea de autor, con énfasis en productos regionales y una carta de vinos con 40 opciones de etiquetas europeas y suramericanas. En una mesa al costado de la piscina, los sabores de mar alegran el paladar: ceviche de róbalo con mandarina y helado de lima y pepino de entrada, camarones flameados con cachaza y salsa de mostaza suave acompañados de puré de calabaza como plato principal y una torta de coco con salsa de tamarindo de postre. Un recital que el viento trae hasta nuestra terraza sirve de música incidental y una caipirinha de ananá marca el final del día.
El Pelourinho es para los madrugadores
Después del merecido descanso, el lounge del hotel lleno de sillas vintage genera una atmósfera colonial desde la que se puede observar el tráfico de las personas que pasean y desayunar. Un plato tras otro llena la mesa de frutas tropicales, variedad de panes dulces y salados, fiambres y quesos, plátano hervido, dulces de chocolate y coco, huevos revueltos, café y jugo. Cuando todo termina, una caminata hacia la Praça da Sé es el plan más atractivo.
En el camino, el mirador perteneciente a la Asociación de Bahianas de Salvador despliega una espectacular vista de la ciudad baja: el puerto, los barcos, la lejana iglesia de Nosso Senhor de Bomfin. Más adelante, antes de subir al Elevador Lacerda, es posible volver a disfrutar de esa postal, para luego caminar en dirección al puerto hasta entrar al Mercado Modelo, construido en 1861 y considerado patrimonio histórico y artístico de Brasil. Alberga más de 260 tiendas donde pueden adquirirse artesanías, pinturas, comidas y bebidas típicas.
Andar hasta el muelle para disfrutar del aire del mar antes de emprender el regreso es una linda forma de combatir la nostalgia. Caminar despacio por las plazas, entrar en alguna de las numerosas iglesias que están a lo largo del recorrido, comer otro acarajé en los tabuleiros de las bahianas, mirar a los capoeiristas, a los músicos, a los artistas que pintan en las aceras, todo forma parte de la experiencia Pelourinho y enseña que el Axé es mucho más que un estilo musical, es un genuino estilo de vida.