Rara, siempre me han dicho que soy rara. Pero en Abril de 2019, tomé la decisión de pasar más tiempo en mi casa, sola, en silencio, enfocada en mis deseos, mis ideas y mi intuición. Ya trabajaba de forma remota, así que no fue difícil ajustarme a los 38 metros cuadrados que componen mi pequeño mundo.
Las críticas no faltaron, tampoco las autoinvitaciones a “hacerme compañía” como si estuviera enferma. Hubo quien realmente se preocupó y trató de diagnosticarme a través de mensajes y Whatsapp. Pero mi rutina de trabajo, meditación, yoga y lectura no excluía, ocasionalmente, un día en un café coworking, una cerveza con amigos y salir a caminar sin destino definido. Encontré paz y espacio para mí.
Pensé volver al lugar donde se gestó este cambio de vida para celebrar el primer año y, tal vez, encontrar nuevas respuestas a mi búsqueda. Parecía un círculo perfecto: volvería al mismo barrio, al mismo departamento, al mismo sillón donde un año antes todo parecía derrumbarse a mi alrededor, para celebrar que habpia sobrevivido y, aun mejor, estaba nuevamente feliz, muy feliz.
Llegó la pandemia, la cuarentena, el cierre de las fronteras. Esto no tenía nada de celebración y mucho de angustia. No sabía si iba a volver a mi casa en Buenos Aires… Y, cuando lo logré, estaba peor que antes. Estrés post-traumático, dijo mi terapeuta, va a pasar con los días pero trata de volver a tu rutina. ¡Esa es una fácil!
Trabajar, meditar, hacer yoga y leer, sumar alguna rutina de ejercicios (gracias a Dios por los IG Live) y cocinar, el más inesperado elemento de este encierro que, aunque impuesto, no se sentía para nada extraño. Varios de mis maestros de meditación han repetido sin cesar “para esto no hemos estado preparando años” y sí, les doy la razón.
Creo que ya pasé de los 100 días, la verdad no llevo la cuenta. Mi cumpleaños fue el mejor momento: tuve una torta de chocolate perfecta solo para mí, pedí la comida que tenía ganas de comer y recibí una caja de vinos blancos y rosados, todos exquisitos. Libre de logística, de compromisos, de pensar si alguien es celíaco, vegetariano o abstemio, ese día se trató completamente de mí y mis deseos. Creo que hasta atendí menos llamados y mensajes. Fui libre.
Es curioso ver cuánto sufren muchos este tiempo de encierro, de introspección y silencio. Manifiestan la necesidad de rodearse de personas y lloran ante la imposibilidad de hacerlo. Tal vez ser migrante, expatriada y tener a mis mejores amigos regados por el mundo me da una realidad distinta: no he visto a mi mamá en casi 3 años y pasaron 4 desde que me despedí de mi hermano. A mi abuela la abracé por última vez en 2013 y mis mejores amigas han dejado el país progresivamente, desde Cristh en 2014 hasta Mien en 2019.
El desapego es una de las virtudes que más útil me ha resultado toda mi vida, pero especialmente en los últimos meses. Puedo tener largas conversaciones telefónicas en las que no se mencionan ni la pandemia, ni la política, ni el aislamiento ni el cuándo terminará todo esto. Tal vez al hablar de viajes es raro no poder decir “seguro para fin de año nos vemos”, pero tampoco planificaba mis viajes con antelación en el pasado.
Soy feliz en este departamento, sin balcón, sin mascota, sin plantas. La música no falta, los webinars y meditaciones completan el soundtrack de la cuarentena. Leí 7 libros y me quedan 11 más pendientes. Terminé un entrenamiento en Mindfulness y Auto-Compasión y 3 cursos sobre bienestar, propósito y comunicación viral en Coursera. Mis habilidades culinarias no han mejorado demasiado, pero no como lo mismo 2 días seguidos. Y trabajo un montón, pero dentro del horario establecido.
Tal vez esto se deba a que empecé a vivir conmigo, a conocerme y agradarme, de forma voluntaria. Tal vez tiene que ver con la falta de raíces y la independencia que me caracterizaron desde mi infancia. Tal vez sea, simplemente, mi versión mundana de ser “Buda en la montaña”. Pero 2020 ha sido el mejor año de mi década porque me ha servido para crecer, para aprender, para mirarme de forma más atenta y para descubrir que mi felicidad reside en donde pongo mi atención. Yo elegí esto. Y vos ¿qué elegiste?
(Este texto fue publicado en las Crónicas de Cuarentena, un blog colaborativo impulsado por Susana Parejas)