Seis meses me parece un tiempo prudencial para hacer un balance de la más reciente aventura en la que me embarqué. Aunque, debo advertir, será un balance afectado por la fase de luna de miel en la que aún me encuentro con Bilbao.
Elijo ver el requerimiento de mi entonces empleador como la excusa. Y asumir que la decisión la tomamos, conjuntamente con mi esposo, porque sabíamos que nuestro deseo de aventura era muy fuerte y “el momento es ahora”.
El destino: cualquier ciudad en Europa. La fecha: primer semestre de 2022. Las condiciones: trabajo remoto, con visitas a Bruselas. Los contras: ninguno.
Si estoy simplificando el proceso de toma de decisiones es porque realmente nos tomamos el tiempo de evaluar desde todos los ángulos posibles esta oportunidad y, al final, volvíamos al mismo punto: nos vamos porque queremos.
Así que nos fuimos, con cuatro valijas y mucha ilusión, a la ciudad con la que soñé durante 5 años: Bilbao. Una pequeña villa en el norte de España, donde llueve mucho, se come riquísimo y las conversaciones empiezan con “Kaixo!” y terminan con “Agur!”. Sabía que tendría mucho más por descubrir, pero la conexión que tuvimos Bilbao y yo cuando nos conocimos fue tan fuerte que no dejó espacio para la duda.
Llegamos, nos instalamos en un piso precioso, con vista a la ría, una pequeña oficina (que debía ayudarme a hacer foco en las tareas laborales) y un barrio siempre vivo, con música de los orígenes más diversos cada día de la semana.
En honor a la verdad, el trabajo no fue todo lo que me vendieron y compré. Hubo días muy buenos y momentos muy desagradables. Sin embargo, nuestra elección jamás fue cuestionada. Teníamos plena consciencia de que era la excusa, no la razón.
Para confirmar que estábamos en lo correcto, pequeñas cosas como la amabilidad de los funcionarios públicos en cada uno de los numerosos trámites que hicimos, los días soleados del verano caminando junto a la ría, las visitas de amigos, el descubrir vinos exquisitos y la infinita variedad de actividades culturales y deportivas, nos hacían disfrutar constantemente.
SEIS MESES DE VIAJES QUE TEMINABAN EN UN “HOGAR, DULCE HOGAR”, DE TARDES PARA DISFRUTAR DE UN BARCITO A LA VUELTA DE CASA, DE CONVERSACIONES AZAROSAS CON LOCALES Y TURISTAS QUE APRECIAN MIS APASIONADOS COMENTARIOS SOBRE LA CIUDAD, Y DE MÚSICA, MUCHA MÚSICA.
Si ha llegado el momento de reflexionar sobre este cambio es porque vino acompañado de otros cambios menos planificados y más felices. Hoy mis niveles de estrés bajan y mis ganas de Comunicar para Inspirar suben. Duermo mejor, sonrío más y mi creatividad vuelve con fuerza.
Diseñé un sueño, lo hice realidad… Y ahora quiero compartir esta renovada pasión e inspiración por motivar a través de las palabras con quienes tengan una historia que contar al mundo.